Odi et Amo

Odi et Amo. Quare id faciam fortasse requiris?
nescio, sed fieri sentio et excrucior.
Catulo, Poema 85


Nescio, sed fieri sentio et excrucior. Anoche de nuevo. No pasa seguido, o al menos no quiero recordar que pasa seguido.
Me acuerdo cuando nos encontrábamos y siempre tenías una teoría para las diferentes respuestas de mi cuerpo hacia vos. Si eran instantáneas era porque la persona con la que estaba no me trataba como debía y cuándo y cuánto debía. Si tardaba un poco más era porque la persona con la que estaba le había hecho olvidar a mi cuerpo lo bueno.
Lo bueno, claro, indefectiblemente eras vos.

Anoche pasó de nuevo. Siempre es más o menos el mismo sueño. Te busco, te sorprendo. Disparo una frase de entrada que queda pendida sobre un abismo entre la sutileza y la estupidez. Pasan eternos segundos hasta tu reacción. Como el sueño es mío, es inevitable que mi frase te genere una semisonrisa. Reconocés que todo este tiempo aunque lo niegues me estuviste esperando. Reconocés todo lo que peleaste por negar siempre. Es mi sueño, no?

Y después... después, bueno, nos enredamos, nos apuramos, nos agitamos. Mi cuerpo vuelve a recordarte que siempre fuiste el mejor, te asegura que siempre lo vas a ser, te promete fidelidad en eso. Mi consciencia, que se filtra en mi sueño, aulla frente a semejante horror. Me censura.

Y entonces me despierto. Culpable.
Y me odio.

Las historias de las pequeñas cosas...

(en principio pido disculpas si esto es muy disgresivo. Hace mucho que no vengo por acá y la otra, la que no se llama Lucía, tiene mucho por escribir y demostrar, así que es probable que algo se filtre. Gajes de la esquizofrenia académica.)


No me acuerdo el nombre, sinceramente. Pero alguien ya escribió un libro sobre la historia a través de las cosas cotidianas. De hecho, Ricardo Menéndez Salmón - mi nuevo objeto de deseo - se pierde en una pequeña disgresión sobre eso en El Corrector.

De cualquier modo, siempre es reconfortante encarnar lo que uno lee. Y no sólo para uno.

En un arranque de aburrimiento los compré. Llegaron por correo, lo cual es una delicia, porque siempre parece un regalo. Eran altísimos, y mi número, que es francamente chico, los hacía parecer gulliverianos. Turquesa oscuro, para más datos.

A ver, me dije, y me los probé.

Puf. Encantamiento instantáneo. Sentí cómo la cintura se me arqueaba levemente, como mis pantorrillas se redondeaban y, por supuesto, como mi culo brotaba contento y orgulloso. Para qué negarlo, el contraste turquesa blanco también hacía lo suyo.

No podía quedar así. La imagen que me devolvía el espejo debía hacer algo. Dejé todo en manos de la otra.

La otra buscó lingerie acorde y la encontró. La otra se agazapó (aunque no mucho, por eso de la postura, se entiende) y esperó con su arma mortal - la sorpresa- debajo de su brazo y por todo su cuerpo.

El efecto visual hizo el resto.

Dicen que las mujeres son mucho más visuales que los hombres. Dicen que es al revés. Lo cierto es que armar una fantasía no requiere de comparar intensidades, sino de mezclarlas.

Esa tarde hubo succiones, mordiscos, urgencias. La piel se rasgó un poco también, a qué negarlo. Probablemente duela un poco en los días venideros, un señalador pseudomasoquista de lo que ya se empieza a diluir por su propia y aparente irrealidad.
Ya en la arena de la calma, con los residuos de la otra y el otro todavía ardiendo, los contemplo de lejos. Desordenados, satisfechos.

Pienso quizás en la red de las pequeñas historias.

Quizás sonrío también.
This is not about love
'Cause I am not in love
In fact I can't stop falling out
Fiona Apple


Por supuesto que no. No se trata de amor. Se trata, por ejemplo, de esta necesidad tan obvia de tenerte, de dominarte, de manejarte, disfrazada en una vulnerabilidad tan tramposa que te hace caer una y otra vez. Podrás creer que por una cuestión genérica vos me poseés. Creélo si querés, si podés...

Amor? Pst, nada que ver. No se compra esa lencería por amor. No se muerde, se araña ni se tensan todos los músculos por amor. No se suda así por amor, no se deshace uno en sonidos guturales de ese modo. El amor no tiene nada que ver con esto.

Con esto tiene que ver la necesidad, de nuevo. La adicción a olerte, a lamerte a esnifarte todo el cuerpo por más que conozca de memoria los aromas de los que sos capaz. A saborear el triunfo que me regala tu cuerpo cuando no da más.

Con esto tiene que ver la ansiedad de irme a dormir para volver a soñarte y de nuevo hacerte todo lo que en la vigilia ya creíste agotado. Ya ves, nunca descanso.

Con el amor tendrá que ver querer cuidarte, alentarte a que mejores tu vida, pensar en ser viejos, esas cosas. Todas buenas intenciones insufriblemente aburridas.

Y sin embargo esto, esto sí que entretiene, no es verdad?

Eso pensé.

Volví...

Estuve de merecidas vacaciones. Muchos kilómetros, muchas experiencias agridulces en las que ya me dentendré...
Por ahora, sólo me basta con agradecerles los comentarios que aportaron al debate infiel propuesto hace más de un mes.

En un tiempito vuelvo (digo tiempito porque pueden ser dos días como cinco minutos, la ambigüedad es lo mío, parece)

Sobre la (in) fidelidad...

"Un hombre sólo puede ser fiel a sí mismo", me escribe un "amigo", a falta de mejor sustantivo (¿cómo se le dice a la persona que estuvo perdidamente enamorado de uno y que ante la amenaza de desaparecer de su vida para no lastimarlo resiste mansamente sus avances, aunque siempre reconociendo con ojitos brillosos que soy la mujer de su vida?)

Error. Un hombre sólo es fiel a su amante, cuando la tiene. El hombre - y estoy generalizando, el hombre como ser humano, no sólo genérico- no miente a su amante, porque su amante sabe desde el principio cómo son las cosas. De hecho, en volver a su amante halla el hombre su manera más sincera de ser.

Por otra parte, yo creo que la infidelidad empieza a jugar cuando entran los sentimientos. No existe la infidelidad genital. Es como castigarse por comer una hamburguesa de vez en cuando para variar del pollo. Sé que es algo polémico, y muchas personas no me han creído esta postura, pero una vez que uno lo razona y deja de lado el egocentrismo que papi y mami nos ayudaron a construir se entiende mejor.

Pongo por caso. Yo soy castaña clara, tirando a oscuro. Si mi eventual pareja se despierta un día con ganas de una rubia - como nos podemos despertar con antojo de hamburguesa- y sus ganas se limitan a tomar ese pelo de oro y disfrutar de otra anatomía por un rato, ¿dónde está el problema?. Por supuesto que no quiero enterarme, ese es otro tema.

El respeto. Ese es otro tema. Si la persona es infiel, por más que esté acordado, no tiene por qué contarlo. Tenía una profesora de inglés que cuando pedía composiciones siempre nos decía que las editáramos antes, porque sino era "throw the rubbish to the teacher and the teacher has to correct it". Creo que tendría entre 10 y 12 años cuando dijo eso, pero me quedó grabado. Acá es lo mismo. Si sos infiel, asumílo y reserváte la culpa para vos. Contando lo único que haces es tirar la basura a la otra persona y esa persona tiene que corregirla.

No sé. Es mi postura y se me hizo latente en los últimos días a partir de unas películas que vi. Una es la secuela de Sex and the City, de la cual me reservo los comentarios generales, pero que a grandes rasgos plantea ese problema en un momento: ¿contar o no contar? La otra es un descubrimiento, se llama Puccini for beginners y trata a su modo el tema de la infidelidad que no se perdona: la del sentimiento.

Abro el debate.

El primero...

Fluir sin un fin
más que
Fluir


Se puede recordar la primera vez. Millones de películas se deshacen en esfuerzos para presentar ese momento como mágico, irrepetible, e incluso los americanos, con eso tan suyo, lo decoran con fuegos artificiales y música sentimentaloide.
Sin embargo, sabemos, nuestra vida de grano grueso, de ISO 800, poco tiene que ver con ese almibarado retrato.
Quizás sea por eso que mi primera vez la recuerdo con una sonrisa, pero mi primer orgasmo me deja sin palabras.
Ya no me da pudor relatar que sucedió algunos años después de mi iniciación en este deporte tan exquisito como adictivo. Tuve primero que entender que fue y no fue culpa mía. En mi ansiedad, en mi deseo de dominar la materia, preferí engañarme creyendo que sentía antes que esperar pacientemente lo que de tan inevitable no admite ninguna simulación. El tema de mi inexperto partenaire lo dejamos ahí. Las damas no debemos tener memoria.

Cruza el amor.
Yo cruzaré los dedos...

Y fue así. Sin amor de por medio, pero con una condescendencia que se le pareció, por momentos, no sólo al amor, sino también a una sumisión digna de lágrimas. Otra de las mentiras del mainstream: para tener buen sexo hay que estar enamoradísimo del ser detrás del otro cuerpo(s) involucrado(s).
Fue el año en que Cerati sacó Bocanada. Lo recuerdo porque todavía persistía en una necedad bastante adolescente - era todavía adolescente, en rigor- que me impedía disfrutarlo. Varias cosas aprendí ese día, ahora que lo pienso.

La selva se abrió a mis pies
Y, por fin, tuve el valor
de seguir...

Llevábamos varios días descubriéndonos, aunque nos conocíamos desde hace un poco más. Fiel a su naturaleza depredadora, había esperado el momento justo para saltar sobre mi entonces vulnerable persona. Después de tres o cuatro encuentros, una vez saciada su ansia de novedad, comenzó a reparar en mí. Tan solo dijo:

- Vos no estás acabando

como quien tomara nota mental de la lista del supermercado. Por supuesto que me reí en su cara y le inventé no sé qué teoría de que mis orgasmos eran imperceptibles porque los disfrutaba sólo yo y no le quería dar el brazo a torcer - creo que incluso llegué a la torpeza de usar una expresión así, lo confieso- a cualquiera para que luego se adueñara de algo que al fin y al cabo no había provocado.
Muy linda teoría, la verdad. Impecable para esconder mi duda.

Bebiendo la pereza de soñar
Y es tan beautiful, como lo pensé

Hay exactamente un minuto y veintiún segundos de introducción instrumental en Beautiful. Nunca me había percatado, siempre lo sentí como el tema más corto del álbum.
Esa siesta fue memorable. A los introitos acostumbrados le siguieron trayectorias guidadas por su experticia, paciente, demandante, y también firme cuando había que serlo. Hubo momentos de rebeldía; quería y no quería darle ese honor. Muy pronto las ansias resolvieron todo dilema. Aún hoy las culpo a veces.
Fue perfecto y sorprendente. Algo nuevo, superior a lo que yo conocía. Imposible dominarse, todo control se reveló como estúpido y absurdo. Una vibración incontrolable que incluía también a mis cuerdas vocales. Nada de fuegos artificiales, pero sí una vuelta a la mejor montaña rusa que visité jamás.
Después, la calma.


Gracias por venir ;)

Regresos...

Sí, ya volví.

Muchos eventos impostergables me alejaron de este vicio exquisito y secreto.
En el medio, la indignación profunda por la pacatería de mi gente en el caso Villegas (tengo un post larguíiisimo sobre eso, pero no es pertinente acá) y la tragedia Cerati, que me llevó a recordar los preciosos momentos que siempre me brindó (su música, no Cerati, no me envidien en vano).

Pero bueno, acá estoy. Siempre se vuelve a lo que nos gusta, sobre todo si en algún punto tiene un matiz perverso. ;)

Tengo cámara de fotos nueva, así que si me animo ilustraré un poco los posts.

Gracias por la paciencia.

Signos

Signos,

Tu parte insegura





Y es eso. Somos pura semiosis. O, al menos, eso parece.

Estoy en el comedor de la Universidad. Tengo enfrente mío una chica que ya decidí que quiero que sea mi amiga. No la conozco, está en la otra mesa, pero me dedico a analizar - seamos sinceros, a juzgar- su aspecto, las pequeñas cosas y decido que quiero incorporarla. Casi todas mis amistades han empezado así, con un cortejo inconsciente - inconsciente para los otros, claro está. Tengo muy pocos amigos que me hayan tomado por asalto, de hecho en este momento no recuerdo ninguno. Por algo será.

La miro y pienso en Saussure y su árbol - el árbol en sí, no la novela de Libertella que confieso avergonzadamente no haber leído todavía-, jean elastizado negro, con algunos brillos. Cinturón de tachas, remera a rayas gris y negra, un suéter negro y zapatillas converse de las bajitas de leopardo con brillos, otra vez. Tiene el pelo de una suerte de naranja que sospecho no natural. Muchas hebillas, una colita y lentes negros con un marquito de strass. Le gustan los brillos, pero no se excede y los baja con tanto negro. Bien.

Cuando era más chica y tenía tiempo para elucubrar teorías, había diseñado algo relacionado con estos signos. A saber: para mí todas las personas tenían (¿tienen?) una esencia central que se expresa ramificada en varios signos externos. Que te guste cierta música, que prefieras cierto color o incluso que comas algo en lugar de otra cosa, a mi juicio te definía. Debo confesar que todavía mantengo algunos preceptos y que no me he equivocado tanto como hubiera esperado.

Ella está leyendo una revista, que se llama Discover o algo así. La tiene medio doblada así que no puedo ver bien. Jamás escuché hablar de esa revista, pero parece que lee una nota sobre Darwin - darwinismo, en rigor, creo sospechar- sobre la sopa fría que ya ha terminado, parece.

Mientras la observo y pienso una urgente línea de diálogo que la haga posar su atención sobre mí, me observo a su vez (en rigor, me recuerdo, no voy a dar semejante paso en falso). Concluyo en que mis signos, esas cosas que gritan silenciosamente hacia nuestro exterior, comunicando sin reparar en nuestro consentimiento, son desgraciadamente equivocados. A saber: camisa negra, bandeau*

que asesine cualquier intento de sensualidad, jean azul oscuro, collar de perlas, peinado simétrico y alianza. Me deleito unos segundos imaginando los juicios que podrían desatar mis signos, cuando los correctos - al menos, los que a mí me gustaría generar- serían los que interpretasen en forma especular - o al revés, no hay por qué ser tan lacaniano- todo lo que mi vestimenta peinado y afines gritan.

Yo no tomo sopa. Estoy con unos ravioles de ricotta y un postre que tuve que aguantar no comer primero (en este comedor te servís el postre solito pero el plato lo tenés que esperar). Claro, ni la comida ni nada refleja toooda la onda que tiene mi compañerita de enfrente. Debí tener alguna remera algo que justificara mi deseo por ella, pero hoy enseño así que son otros signos los que debo proyectar.

La veo que mira a su alrededor - ¿estará haciendo lo mismo que yo? Eso sí que ameritaría una amistad- y luego vuelve a su revista. Yo sigo pensando si alguien me estará mirando en este momento como yo miro a los demás. En el medio de mis elucubraciones descubro que ella ya se va sin diálogo establecido ni posibilidad absoluta de establecerlo. Me siento un absoluto Raskolnicov. ¿Debería asesinarla?


*(Para los lectores masculinos, el bandeau es como una franja de algodón que se posa censurando donde debería haber un escote).


De Caballos y Princesas

Todas tenemos algo de niñitas.
Vos, de pedófilo, mucho.

Nos conocimos en un trabajo compartido. El jugaba de local, yo sólo de visitante freelance. Esa noche todos tuvieron su momento de oportunidad conmigo, o se lo procuraron. Él fue el único que triunfó.
Que no se me malinterprete. Triunfar en ese contexto significó sólo la difusión de unas mínimas coordenadas en las cuales encontrarme al otro día.
Al otro día era el día de las madres y mi teléfono sin ser madre no dejó de sonar. Era él.

Era tan ignorante como excitante. Uno de esos "muertos en el placard" del que sólo conservarías una foto en el futuro, ya que sus cuerdas vocales en acción arruinarían todo clímax.

Jugaba al fútbol profesionalmente, o, al menos, eso era lo que quería para su vida. Mientras el éxito le seguía siendo esquivo, trabajaba, como yo. Creo que nuestros encuentros me confirmaron mi destino de princesa burguesa. Yo trabajaba -todo debe confesarse en un momento- para ser "independiente" (meaning: comprarme lo que quisiera sin rendir cuentas a nadie); él trabajaba porque no le quedaba otra.

Tenía una novia. Yo también. Muchas veces traté de imaginarla en su sencillez de mate cocido, o en lo barato de la tintura para pelo comprada en supermercado, en su olor a telenovela de las cuatro de la tarde. Eran tretas en las que yo quedaba siempre como lo más exquisito que él hubiese probado jamás. Quizás hasta fuera cierto.

Resolví volverlo un poco loco. Resolví generarle una "conciencia de sí" a lo Marx. Fracasé casi en todo.

Menos en el sexo, claro está.

Nuestros primeros encuentros fueron en un lugar que todavía no era habitable, pero para el cual había conseguido una cama. Lo hice desear, le hice replantearse la necesidad de estar vivo para ese momento. Eso sí que me sale bien.

Como dije, era jugador semi profesional de fútbol, lo que le daba una anatomía digna de fotografía paisajística. No sé por qué pero siempre que lo veía desnudo pensaba en caballos. Bueno, quizás sí se por qué.

No era del todo malo como amante, pero a decir verdad muchas cosas se suplían por esta característica paisajística que he comentado. Me fascinaba, además, su total ausencia de reflexión. Siempre me ha excitado la inteligencia, me matan los comentarios complejos, las citas de cosas que no conozco, o que conozco pero no miro de esa forma. Él, en cambio, carecía de toda bibliografía, y quizás era eso lo que me atraía. No volví a estar con nadie como él. Nunca lo supo.

Los encuentros furtivos lo emocionaban. Me llamaba "mi amante" con visible orgullo. Aparentaba ser esquivo, pero moría por ser descubierto. Varias veces me invitó a su trabajo. Siempre me negué. Yo no moría por lo mismo que él.

Mis amigas al principio no me creían. Pensaban que era imposible, no mi infidelidad - saben mi opinión al respecto- sino mi objeto. Como toda prueba, lo hice aparecer y ellas pudieron escrudiñarlo largamente. Él pensó que era un signo de aceptación.

"Es el equivalente masculino de la rubia boba con tetas", me dijo una, en referencia a la conclusión de todas. No pude menos que reírme.

Esto duró el tiempo que me tomó darme cuenta de que no podía cambiar su vida, porque lo que yo veía él no pudo contemplarlo jamás. Otro momento, además, signó su salida de mi vida.

Estábamos jugando preliminares, yo admiraba su piel, me regocijaba en el contraste que suponíamos, y llevada por eso hice una pregunta de la que me avergüenzo ahora - especialmente por lo remanida- pero que significó algo nuevo, quizás lo único nuevo que él pudiera donarme:

- ¿Por qué estás conmigo?, pregunté
- Bueno, por lo mismo que vos, no? Me gustás.
- Sí, claro, pero ¿por qué exactamente?

Su respuesta fue totalmente inesperada

- Porque tenés cara de nena y eso me da morbo.


Quién hubiera dicho que, al final, él fue el que me generó a mí mi consciencia de sí.


Restos del día

Hay sueños que no mueren. Se empeñan

En ser sueños.

Ajenos a la comba de la esfera

Y a las operaciones de los astros,

Trazan su propia órbita inmutable

Y, en blindadas crisálidas, se protegen

Del orden temporal

Por eso es que perduran:

Porque eligen no ser


Ana Rosetti.



Y es así. Te sueño cada madrugada. Elijo recomponerte cuando ya la vigilia me amenaza, en un tránsito entre la realidad y la posibilidad. Nos disfrutamos cada vigilia. Los escenarios cambian, la urgencia no. Y aunque te disfruto mientras a mi lado, en mi realidad, respira otro cuerpo, no existe la culpa. No existe la culpa porque no hay tiempo para eso, hay que repetir una y otra vez el sabor de tu piel, el tacto que es imposible en la vigilia.

Sé que ya es demasiado. Sé que a este punto esta potencialidad nunca encontrará su cauce, porque estás demasiado lejos en la realidad. Nos miramos, nos olemos, fingimos cortesía. Y mi cerebro acechante recorta detalles para volverlos a usar en la madrugada. Una vista prohibida, un contorno que se insinúa en la tela, un suspiro obediente a otro más inocente estímulo, todo sirve, todo se utiliza.

Repetición y diferencia. O sea, te sueño todas las noches pero nunca me canso, porque nunca podría ser lo mismo. Son encuentros espeluznantes y furtivos. Silenciosos a fuerza de gemidos ahogados. Finitos sólo a fuerza de saber que se repiten, esperando la próxima vez.

Te sueño cada madrugada y sonrío a veces durante la vigilia, cuando algo que hacés, decís o no me recuerda como en un deja vú lo que aparentemente no hicimos.

Quizás, en un resorte de esos, vos también sueñes conmigo. Quizás por eso debemos frotarnos los codos después de interactuar, cuando las chispas del subconsciente se hacen presentes. Quizás yo me imagino todo esto para no sentirme tan sola.

Es una encrucijada. La fantasía, como siempre, sospecha que supera la realidad, pero la realidad todavía retiene el sabor de lo concreto. Entonces se estremecen los cuerpos de madrugada, se apartan en la vigilia.

Pero la duda

Siempre

Resiste

y permanece.

Certezas..

Ya sé. Me lo estás diciendo todo el tiempo y también sabemos que es cuestión de tiempo. Lo veo en tus facciones cuando me ves, lo veo en lo nerviosa que se pone tu noviecita cuando me ve. Lo veo en esa casi imperceptible sonrisa de la otra vez, en lo nervioso que te pusiste cuando comprobaste que éramos sólo nosotros dos en el ascensor.
Deslicé como al descuido - nunca es descuido, sabélo - una frase inocente en alemán. Yo sé alemán. Tu novia no.
¿Cómo explicarte entonces? ¿Cómo explicarte que ví Au Revoir Les Enfants y no pude dejar de pensar en vos de chiquitito? Por supuesto que no eras vos, pero da lo mismo. Acá soy yo la dueña y señora de las posibilidades. Acá las casualidades las digito yo.
¿Cómo explicarte que tengo ganas de contarte esto, pero me parece insufriblemente pedante? Aparte la peli es francesa, como tu noviecita, la ratita histérica que ya asumió que te va a perder frente a mí. Creéme, ella tiene gran parte de culpa en lo que te va a pasar. Deberías estarle agradecido.
Pasará un miércoles. Eso es seguro. Quizás mañana, quizás a partir de que leas esto y lo pongas en tu google translate. Quizás te pueda ayudar a traducirlo, después de que vos me ayudes a mí, o nos ayudemos los dos.
Sí, un miércoles. Nos vamos a encontrar en el ascensor, como todos los miércoles. Juro que eso sí es casual, jamás lo planeé. No se va a parar el ascensor, no vamos a accionar la alarma. Eso sería, además de remanido, sumamente vulgar.
Tengo en cambio mil ideas. Distintos escenarios, actividades, podés elegir, en eso sí que podés elegir.
Voy a sorber tu cara de nene bonito, atemporal. Voy a fabricarte nuevas muecas que nunca creíste tuyas, nuevos recuerdos que te van a asaltar cuando decidas volver a tu rutinita. Vas a ver, bueno, quizás no veas, quizás no tengas ni fuerzas para despegar los párpados.
Voy a sorberte la vida, lentamente. Voy a dejarte a punto de explotar, y voy a comenzar de nuevo. Así es como se hace, chiquito. La pasión no es un momento. Ya vas a aprender...
Voy a ser completamente activa al principio. Ya habrá tiempo para vos. Ya habrá tiempo para que puedas agradecerme, cuando aún no entiendas lo que te pasó.
Todo esto te espera. Quizás este miércoles, quizás el que viene. Quizás por asalto un domingo, justamente como este.


(Ah, y no es una promesa. Es sólo una amenaza.)

Otra vez me escapo...

Ando muy pero muy ocupada terminando y empezando otras al mismo tiempo, así que les dejo una canción que me introdujo una persona que rápidamente se instaló cómodamente en mi entorno - e incluso corrió a alguno que otro también- y ahora goza de mis favores. Algún día escribiré in extensis sobre él, o quizás ya lo he hecho.

Ya volverán los post a mano alzada, por ahora disfruten de esta joyita... les dejo la letra y abajo el link para escuchar...

Nature boy


Artist: Nat King Cole

-from his "The Greatest Of Nat King Cole" LP-Capitol SLB-6803

-peak Billboard position # 1 for 8 weeks in 1948

-competing versions charted by Frank Sinatra (#7), Sara Vaughn (#8), and

-Dick Haymes (#11).

-Words and Music by Eden Ahbez



There was a boy

A very strange enchanted boy

They say he wandered very far, very far

Over land and sea

A little shy

And sad of eye

But very wise

Was he


And then one day

A magic day he passed my way

And while we spoke of many things, fools and kings

This he said to me

"The greatest thing

You'll ever learn

Is just to love

And be loved

In return"


(instrumental interlude)


"The greatest thing

You'll ever learn

Is just to love

And be loved

In return"



http://www.youtube.com/watch?v=LNpwBpZUrzk


Un cuentito viejo...

Este cuento formaba parte de un librito que alguna vez edité llamado Perversidades (de diablos, putas e hijos) hace más años de los que me atrevería a confesar...


CUESTIÓN DE ACTITUD

( o de porqué conviene tener una buena biblioteca)






Al cerrar ella la puerta volvió él a la realidad, preguntándose qué hacía allí. Le dolía la cabeza y las palabras de ella le llegaban desde muy muy lejos.

Reordenó los acontecimientos - no sirvió de mucho, pero al menos sintió con ello que su cerebro aún funcionaba - : casa, barsucho de mala muerte, alcohol (en el sentido más genérico y amplio del término), ella, propuesta, acuerdo, casa ajena.

- Ponéte cómodo - le dice ella vaya a saberse desde dónde.

El comienza a pasear la la vista por las paredes. Es un viejo truco que le contaron cuando recién empezaba a emborracharse; si uno fija la vista, el mareo parece ceder. Ella está tardando en regresar, así que se acerca a la biblioteca.

La lectura de títulos lo arrastra un poco más hacia la realidad. Entre que descifra las letras de los lomos - tarea nada fácil, ya que implica inclinar la cabeza, con un inminente peligro de perder completamente el equilibrio - , se le ocurre que ya está lo suficientemente apto como para averiguar la hora.

Isabel Allende -avista reloj en muñeca- Paulo Coelho - reloj lejos, muy lejos - Laura Esquivel - esfuerzo contra brazo muy pesado- “Consejos para que tu hombre no te deje (Varios Autores)” - brazo que casi llega- “Cómo atrapar marido para siempre” -agujas que no se descifran (por qué no habrá comprado un reloj digital)- Isabel Allende, de vuelta.

“Literatura femenina”, piensa.

Las cuatro y veinte de la mañana.

Muy tarde.

Busca la puerta.

Era una falta de respeto acostarse con una mujer así.

Ella quedó con su babydoll negro y las luces a punto justo. El ya reconoce las veredas y ríe entre dientes.

Jamás comprendería esa ciudad.

No me ve como mujer.

La certeza apareció así, de golpe, mientras cerraba la puerta del ascensor - todavía existen ascensores con puertas de rejas, con el miedo pavoroso que le daban de chica- y mientras un asomo de líquido quería hacerse presente en el vértice de su ojo derecho. Por supuesto que fue reprimido, no tanto por verguenza - al fin y al cabo estaba sola - sino porque la revelación la había dejado casi sin aliento. Casi.

Era totalmente lógico, pensó, ruborizada frente a su propia negligencia. Quizás hasta era su culpa, por jugar mal las cartas, por ceder a sus deseos y representar la mujer que ella quería ser y no la esperada. Definitivamente ser culta, inteligente, graciosa - "smart" y "funny" eran los dos adjetivos que pensó una vez que le gustaría que los otros usaran para describirla - agotaba toda la representación que de ella se podía tener, dejando fuera, claro está, la que ahora hacía su entrada en su ausencia, gritando su vacío.

No me ve como mujer.

Todo había intentado. No era de las que dormían con ropa de algodón, mucho menos rosa. Los diminutivos no existían en su vocabulario. El sexo era una celebración, no un requisito. Sus orgasmos eran - o, al menos, lo que ella creía- tan poderosos que arrastraban otros orgasmos en cadena, propios y ajenos. Eso sí que lo sabía, reconsideró. Se lo habían dicho antes.
Mientras cerraba la puerta de su casa fue sacándose la ropa por el living. Al llegar al espejo ovalado del cuarto - herencia de la abuela, ya no se hacen espejos así- estaba completamente desnuda. Se examinó con precisión quirúrgica. Un poco de sudor - los nervios de la revelación, las ansias de llegar a casa- se entremezclaba con su piel levemente erizada. Fue girando lentamente, acariciando, apretando, estirando, tratando de comprobar si su cuerpo desnudo ofrecía algún malentendido. Concluyó que el problema no era ella.
Solo quedaba una cosa por hacer. O, al menos, es lo único que se le ocurrió. Una solución drástica, es cierto, pero la única posible, dadas las circunstancias.
Tomó su teléfono del bolso que había quedado tirado en el piso del recibidor. Marcó dos números. Dejó un mensaje en uno de ellos, tratando de que no se le notara la excitación que le producía la anticipación de su plan. Luego fue a prepararse como hacía años no lo hacía.
Dos horas distintas habían sido señaladas, con una diferencia de treinta minutos. En el primer horario, puntal como siempre, llegó quién tenía que llegar. Esto también es cotidiano, pensó ella, y no por eso dejamos de vernos como lo que somos: animales con cerebro susceptibles de enredarse en el más hermoso, básico y necesario ritual. Nota mental: dejar de intelectualizar todo, quizás es eso lo que la aleja de ser vista como mujer, no? Prejuicios ajenos, pensó. Al fin y al cabo quién siempre me ve como la mujer que soy, la mujer que parece que escondo. Y quién también sabe de mis otras aristas.
La chispa fue instantánea, como siempre. La química debe haber estudiado ya este tipo de fenómenos, suponía. Fueron reconocidos sus esfuerzos en preparase, admirados sus olores, besada su piel, mordida donde había que morder, lamida donde había que lamer, todo en su punto justo, aunque también a veces un poco más...
La puerta había quedado entreabierta. Era parte esencial del plan.
Media hora después el otro número, el del contestador automático, se encontró con una puerta entreabierta. Temió lo peor, una indisposición, un ataque al corazón, un intento de suicido. Casi se sintió culpable por los minutos - escasos, en su opinión- que separaban su llegada de la hora acordada unilateralmente en su contestadora. Creyó percibir quejidos y se apresuró a entrar. La escena contrastó violentamente con sus hipótesis de hacía sólo unos segundos.

- Honey, this is exactly what it seems, sólo dijo ella.

Semisonreía.

Para vos...

Nos encontramos en el lugar acordado. Ella vestía riguroso negro, con algunos toques de brillo y rojo. Como debe ser. Era demasiado joven para ser viuda. Su perfume es definitivamente raro, como si mezclaras colonia infantil con uno de esas pócimas de adulto. Quizás era ella la que emanaba eso, quizás era un símbolo de algo.
Nos sentamos en un banco, ya no recuerdo muy bien dónde, casi sin hablar, sólo mirándonos. En rigor, yo la miraba a ella que miraba a su vez el suelo. Si pudiera admitir que el suelo me miraba a mí hubíesemos hecho una transitiva perfecta. Pensando en eso le dije: cómo estás?
- ¿Cómo querés que esté?

Ok, lo acepto. Había sido una pregunta obvia, y, aún peor, mediocre. Me limité a actuar con mi cuerpo, a decirle con el lo que las palabras evidentemente no me facilitaban. Así comenzó nuestra única conversación.
En un momento levanté su barbilla, casi de cristal, inexistente entre el peso de la tristeza y su fragilidad. La orienté hacia el oeste.
- ¿Ves?
- No
- No importa. Ese es el punto. Hacia adelante.

Retiré mi mano y esperé. Podría volver a tener una respuesta brusca, levantarse o simplemente - lo que menos quería yo, de hecho- volver a mirar el piso. Había quedado como hipnotizada frente a la nada de las cosas. No me cabían dudas de que había comprendido. Me intrigaba qué conclusión sacaría de eso.
Abrió la boca, despegó sus labios y algo en ella quiso articular palabras. Finalmente, una voz suave pero firme dijo:

- Haré más que morir, viviré.

Sonreí para mis adentros. La chiquita había entendido de que la va todo esto.
No nos abrazamos ni nos dijimos nada más. Eso se lo dejábamos para los deudos ordinarios.
Se levantó y se fue taconeando de una manera grácil. Todavía no elegante, pero tampoco vacilante. Una caminata segura hacia una mujer que pondrá nerviosos a muchos.
Volví a sonreir. No tengo costumbre, pero es que ella...

Ven a dormir conmigo

No haremos el amor

Él nos hará

Julio Cortázar.



Hoy viene a cenar. No sé por qué me embarqué en esto, si los huevos fritos me salen al horno pero bue. Me obligo - en realidad, el que me obliga es él - a hojear incontables libros de cocina, con la esperanza vana de poder recortar las fotos y ponerlas en la mesa.

Salmón.

El salmón nunca falla. Y se debe acompañar con vino. Extra credit.


Llega sobre la hora, ni tarde ni temprano. Tiene ese movimiento de tigre enjaulado que me obsesiona y a la vez me molesta. Es como que nunca está del todo en ninguna parte.


Cenamos, pues. La comida no está del todo mal, quizás en unos años más hasta me salga aceptable. Nota mental: cambiar de parejas frecuentemente así puedo impresionar con el mismo plato.


Estratégicamente, hay 3 botellas de vino en la heladera. Es imposible que no alcance e imposible que salga de aquí vivo, je. La primera va regando la conversación y aflojándolo también. Puedo oír sus defensas caer una a una. Hablamos de todo, como siempre. Desordenados, díscolos pero entendiéndonos en cada hilo de conversación trunco y cada pista retomada. Me gusta imaginarme desde afuera, jugar a adivinar cómo me ve él, en qué parte de mi cuerpo está posando su mirada. Me gusta adivinar sus pensamientos, adelantarme a su curiosidad con algún movimiento que le ofrezca - o le niegue- la perspectiva que está buscando. Ensayé hasta el más mínimo movimiento para esta noche. Mi guión es perfecto, de apariencia descuidada pero inexorablemente sensual.


La conversación ha girado hacia la literatura y el cine. Comentamos versiones, reversiones y errores de adaptación o aciertos casuales. Siento que llega mi momento, mi frase final…

Está sosteniendo su disquisición sobre una novela reciente, creo que la de Stieg Larsson. Lo tomo de una mano y con la otra lo callo suavemente con un dedo, rozándolo apenas. Siento que se crispa.


- Hagamos literatura, mejor… - es todo lo que digo.

Un poco de poesía para acompañar este día. Es todo lo que te puedo dar en este momento, y creéme que no es poco. A relajarse, leer, saborear y deleitarse.



GOTÁN


Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.


Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus
manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.

Juan Gelman
Parece ser cierto. Toda mi vida voy detrás de semisonrisas. Me mata la ironía, la curva para un sólo lado (preferentemente el izquierdo, pero si es el derecho tampoco es de mayor importancia).
Así estamos. Así estás. Con tu semisonrisa.
¿Qué te haría?
Uff
Absolutamente
de
todo.
En este momento ando por ahí. Estoy en un café, tipeando esto con cara de estar haciendo algo muy serio que exige mi máxima concentración, y tu recuerdo me asalta, me viola y destruye toda concentración posible. Sólo queda escribir, exorcizar la distancia a través de la creación de un mundo - mi ficción, este blog, quién sabe si algo más- en el que quepamos y no mucho más, no vaya a ser que por exceso de espacio te me alejes otra vez...
Una semisonrisa no es tan luminosa como una sonrisa, también es cierto, pero a quién le importa. A mí no. Me gustan las penumbras, así que la muequita esa que hacés me viene de perlas. Y sin embargo quizás no seas vos, sino ese mismo gesto que me persigue y se posa en las caras más inesperadas, y espera mi reacción.
¿Se puede ser adicta a un gesto? ¿Se pueden elaborar conclusiones plenamente aéreas a partir de algo que se agota en dos segundos, como mucho tres?
¿Y por qué no, si se puede saber? parecés responderme desde otro lado, nunca acá.
No se pueden controlar los recuerdos por asalto. Sobre todo si no son recuerdos, si sólo pretenden serlo. Finjo mis memorias, pero no me importa. Tu recuerdo - ya no discutiremos su entidad- se aprovecha, abusa, sabe que no estoy en un lugar apropiado. No le importa.
O quizás sí.
Y tal vez justamente por eso.

(es completamente imposible pensar en otra cosa. Trato de concentrarme en las conversaciones a mi alrededor pero todas son convenientemente estúpidas. Ahora soy yo la que está semisonriendo, saboreando secretamente mis recuerdos de las fantasías, de todo lo que ya te hice y no te diste cuenta)

Detalles, mínimos y no tanto. Se agolpan, se entremezclan, se contradicen pero no importa. Vos sos el denominador común y eso basta para que sean exquisitos. Se me agita un poco la respiración, pero finjo un resfriado. No es conveniente dejar de tipear, no ahora que estoy en un lugar público. De todos modos cuando se trata de recuerdos que te tienen como protagonista no hay necesidad de si quiera tocarse. Así de impecables y poderosos son. Tan así me tenés. Tan así.

(y bueno, para qué contar, no? Sólo me limito a registrar que han pasado 8 minutos desde que escribí la última palabra. Ni siquiera concentración para tipear me dejaste. No obedece a ningún puritanismo en particular la ausencia de detalles, sino a la más simple perversidad. Quiero todo para mí, no presto. Tómenselo como una invitación a la creatividad...)

Es claro que debería haber estado haciendo otra cosa, pero por supuesto que te cagás en eso.
Miro el café.
Está helado.

Aferrarse a la vida

Morderse, arañarse, olerse y volverse a esnifar. Saborear con la lengua, saborear con los dedos, tratar de entenderse sin mediar palabra. El cuerpo nos pide, nos grita que le demostremos que no está solo. Acoplarse, dejarse penetrar en una pulsión tan absurda como estúpida, en una creencia ciega, una desesperante necesidad de saber que hay un otro, que existe y que está acá en este mismo monento. Sentir los latidos del otro cuerpo, sus espamos, sus crispaciones. Escuchar atentamente los gemidos, provocarlos, tratar de palpar a esa otra presencia que nunca estará acabadamente allí, porque todos estamos en miles de lugares al mismo tiempo.
Se sabe. La comunicación perfecta es imposible. Existe un abismo infinito entre una palabra y otra, entre un significado y un significante. Y sin embargo seguimos buscando. Pretendemos al deshacernos en fluidos tratar de contradecir ese estigma. Todos estamos solos al final, incluso en nuestro propio clímax. Por eso se cierran los ojos, por eso las articulaciones guturales. Tratamos de expresar lo que jamás podremos, tratamos de descubrir la mentira que no existe.
Es por eso que se necesitan de otras dermis, otros órganos, lenguas, pelos, olores, sudores, lágrimas, flujos y sémenes. Queremos creer que son pruebas irrefutables de la cercanía. Si podemos oler, palpar y degustar entonces significa que estamos, que somos. Puede que incluso sea cierto por algunos segundos.
Aferrarse a la vida. Desesperadamente. Con los muslos, los brazos, los pies. Con nuestra garganta gritando y nuestros oídos recibiendo el grito de ese otro que parece estar ahí, pero no; que quizás quisiera estar, pero mejor no preguntar. Mejor seguir engañándose con el mito de la comunión efímera, de la pequeña muerte compartida.
Si al fin y al cabo es eso lo que nos guía hacia la próxima vez.
Y a la próxima.
Hay que reconocerlo. Hay veces en las que lo latente es mucho más excitante que lo consumado. Se pueden tener infinidad de satisfactorios polvos - de hecho, después de cierta edad, es casi una obligación moral que tu polvo sea satisfactorio para vos, sino no aprendiste nada- pero el más completo y duradero de los orgasmos - o de las infinitas fricciones, si se les da por lo tántrico- no se compara a aquellos que esperan en fila en nuestra mente y se realizan una y otra vez sin nunca llevarse a cabo corporalmente.

Ambientes enrarecidos por las posibilidades. A veces los dos lo saben, a veces sólo uno, a veces los dos fingen la ignorancia del otro para mayor seguridad. La potencialidad, digo, es productiva, y esa creatividad muchas veces se prefiere a la actualización en hechos, que sólo nos llevaría a quizás un muy excelente encuentro, pero sólo una posibilidad entre las miles que puede barajar nuestra cabecita afiebrada de deseo.

Dicho de otra manera: el sospechar el deseo del otro, el dejar intuir el nuestro generan una alquimia intoxicante que al mismo tiempo que pide a gritos ser consumada se retira y genera un abismo imposible. Manos azarosas, miradas que se encuentran un segundo para después huir, glimpses (perdón, me gusta la palabra) casi instantáneos hacia la boca propia o la ajena.

Ellos lo saben. Son como un bosque reseco al sol de una siesta subtropical. La chispa puede ser ínfima; el incendio, desproporcionado. Van a arder. Lo saben y esperan. Genera tal vez más adicción esa suma de potencialidades que atormentan sus cerebros que el real encuentro - que ya pudo haber sido llevado a cabo en varias ocasiones - que sospechan infinitamente vulgar en comparación con lo que guardan en sus deseos.

Casi como en una paradoja, persisten. Siguen acercándose, pero no demasiado. Siguen relamiéndose, quizás en la convicción de que nada sucederá, porque ninguno de los dos sabe que el otro también se relame, que sorbe los momentos juntos y los extiende en fantasías interminables. Y sin embargo se respiran, se huelen, se prueban y se estremecen con el contacto, explotando en lo que sería si eso se continuara, o no.

No me pasa a mí, pero disfruto observándolo. Mi posición de voyeur no deja de entrañar cierta melancolía, ya que sé - estas cosas siempre son así- que ese enrarecimiento tiene los días contados. Llegará el contexto, la coyuntura especial que los encontrará solos - o quizás estar solos ya no les importe, depende cuánto tiempo mantengan esta situación-, desnudos e impotentes frente a sus deseos, sin posiblidad alguna de desviarlos a la seguridad de la imaginación. Y saltarán uno sobre el otro, cazándose, mordiéndose en la desesperación que entraña dejar escapar lo que sabemos efímero. Probablemente ardan por un rato. Probablemente quieran consumirse de nuevo. Lo fatal, sin embargo, ya ha hecho su entrada. Se les ha colado camuflado en sus urgencias, sin avisar. Se extiende ahora, lento e invisible, dispuesto a activarse en cualquier momento.


El segundo Gustavo estuvo llamado a pagar por los pecados del primero. Era chico, rubio y casi andrógino. Una especie de ángelico Richard Ashcroft virginal. El dijo que no lo era, me quedan mis dudas..
El asunto comenzó con una mano. Estaba buscando a sus amigos, había mucha gente, yo sabía donde podían estar y lo tomé de la mano. Algo completamente insignificante para mí fue el mundo para él. Eso puede definir nuestra relación: la desproporción entre lo insignificante y el mundo. Le pregunté cómo se llamaba. Gustavo, me dijo y yo automáticamente le dí entrada.
Estudiaba psicología. Era uno de esos raros casos de estudiantes genuinos de psicología, de esos que no se meten a la carrera para entenderse sino para entender a los otros. De alguna perversa manera yo lo fascinaba. No me entendía, no entendía por qué ni cómo yo pensaba las cosas que pensaba. Se empecinaba en no ver, en meterme por la fuerza en una piel de cordero con la que no nací. Ahora que lo pienso, fue también culpa suya. Por ciego y sordo.
Su pija era como él, flaca y larga. Rara, aunque buena para algunas cosas, diría una amiga mía. No se daba mucha maña pero le ponía empeño. Al fin y al cabo se había confesado enamorado. Y eso cagaba todo. Interminables sesiones de dulzura, besos y mimos que no llevaban a nada, porque es sabido que las llamas se encienden de otras maneras.
El sexo con amor es bueno si hay amor. Punto. Sino es una cursilería que nada tiene que ver. Es más, me atrevo a afirmar que el sexo con amor es bueno porque el sexo es bueno. Para el amor está todo lo demás. Para todo lo demás estaba él.
No lo respeté. No podía. No se dejaba. A veces me daban ganas de cogerlo por el culo, o sólo pedírselo, a ver qué me decía. Temblé y jamás lo hice. Probablemente dijera que sí.
El sexo, como todo en esa relación, era un malentendido y una desproporción. Aunque decía que sí, mucha experiencia no tenía, y el lugar endiosado en el que me colocaba me impedía a mí desplegar la mía. Un embole, bah. No tardé en empezar a servirme de otros mejores dispuestos. No era infidelidad; al fin y al cabo con esos otros era pura calentura y embriagadora putez. El quería amor de mí - que nunca lo haya tenido es sólo un detalle - así que no era lo mismo.
Como es lógico, terminé por dejarlo. Arguyí algo relacionado a que él era demasiado buena persona para mí - no sé por qué sigo utilizando ese argumento, si jamás me ha funcionado - y el contestó, lógicamente que quería y podía curarme esa distancia que nos separaba. Una burrada.
La ayuda para terminar de dejarlo vino del lado menos pensado. Su madre entendió velozmente que al fin y al cabo dejándolo le hacía un favor y lo convenció de lo honorable que era yo al hacerlo. Creo que nunca creyó mi discurso pero, como habíamos estudiado lo mismo, pudo inferir que era lo suficientemente poco hija de puta como para no hacer mierda a su hijito y respetó eso.
Nunca más lo volví a ver, lo cual es extraño, dado que vivíamos en una ciudad más bien chica. Probablemente se haya radicado en el lugar en el que estudiaba.
No voy a mentir (o tal vez sí). Me dio un poco de pena no encajar, no poder reducirme a lo que él quería de mí. Conozco a muchas y muchos que lo hacen, de hecho, todavía me queda contar la historia con alguien que se hace el buenito con todos pero sólo a mí me regala su perversidad más abyecta, regalo que acepto y saboreo agradecida. Puede que sea una historia mucho más interesante que ésta, pero todavía no ha empezado a ser contada...
De todos modos, este segundo Gustavo se fue sin dejar un rastro muy firme, salvo por el sorpresivo beneplácito que sentí al ayudarlo a expulsarme de su vida.

El comienzo de nuestra historia...

Creo que a veces éramos la misma persona. De seguro lo fuimos para muchos, o también nuestra diferencia les generó problemas.

Nos conocimos en la universidad. En ese clima de pseudoliberación, yo era una chica normal de familia clase media baja. Él provenía, como debe ser, de la alcurnia, un enfant terrible.

Poco pasó hasta que nos hicimos inseparables. No puedo determinar, tampoco, el principio de nuestro juego, nuestras apuestas. Creo que todo fluyó naturalmente. O tal vez no.

Comenzó, eso sí lo recuerdo, con el profesor nuevo. Mezcla de estudiante avanzado y futuro profesional, a los dos nos llamó la atención por igual sus ojos, aunque suene insoportablemente cursi. Por supuesto que el tipo debía ser - y fue- amable con nosotros. Al fin y al cabo, la academia es esa jungla en la que nunca sabés dónde está el tigre y dónde el cordero. Esa inseguridad constitutiva nos jugó a favor.

-Es gay, o estaría bueno que lo fuese, dijo él. No creo, dije yo, o estaría bueno que no lo fuese, además es casado.

-Y eso qué?

- Eso es cierto, pero igual no creo.


Sutilmente, sin ponernos de acuerdo, puedo jurarlo, desplegamos nuestras armas de seducción. Este primer caso fue un poco desordenado, hay que admitirlo, y las consecuencias se nos fueron de las manos. Hoy el profesorcito es un señor profesor, ya no está casado y creí escuchar que no le dejan ver a los hijos. Seguramente andará rompiendo mentes, culos y promedios por ahí. Quizás no.

Fui yo la que empezó. Mi estrategia de siempre: empezar a saludar. Cuando no conocés a alguien - y, de vuelta, te movés en un ambiente como el académico, en el que la ignorancia es más vergonzosa que la desnudez - directamente empezás a saludar un día como si tuvieras algo en común. Pasan los años y esta estrategia jamás envejece.

Comencé, entonces, a saludarlo. Escaleras, puertas, ascensores. Cada encuentro un punto más. Luego llegó ese domingo, un golpe de suerte en verdad. Punto para mí.

Habíamos quedado en juntarnos a repasar alguna cosa que ya no recuerdo. Entré en el edificio silencioso, segura de ser la única allí, pero no. Su puerta estaba entreabierta. En esos momentos definitorios, siempre me agarra la timidez extrema, así que simplemente pasé haciendo el ruido suficiente para que él notara que yo no lo había notado.

Lunes, ascensor. Comentario al pasar, respuesta inmediata. Bien. Gaspar se estaba quedando atrás y eso lo enfurecía un poco. Sobre todo, después descubrí, porque yo no le estaba siendo sincera con mis victorias. No le estaba siendo deshonesta tampoco, sólo las ocultaba. En ese entonces ninguno de los dos sabíamos.

-Ya me saluda - le dije a Gaspar- aunque no estoy tan segura de que sepa quién soy.

Después las cosas se hicieron más y más confusas. A los saludos, como es natural, les siguieron mini charlas corteses, muchas miradas y algún que otro roce de manos inocentemente disfrazado.

Ya casi estamos, pensé.

Había en su puerta un dibujo pegado, seguramente hecho por alguno de sus hijos. Siempre pensé que el día de mañana esa sería una muy buena estrategia, garabatear un mamarracho y pegarlo en mi puerta como warning. La maternidad es buena para espantar a los buitres.

No así la paternidad.

Debo decir que ese cartel me intimidaba, al menos un poco. Tampoco era mi intención separarlo de sus hijos, y convengamos que en eso no tuve ninguna culpa. No, no, ese fue Gaspar, no yo.

Los roces se fueron haciendo más habituales, casi signos de puntuación de nuestras conversaciones. Yo esperaba, acechaba, los domingos que por ahora no habían sido fructíferos. No estaba segura de que no hubiera ido, pero tampoco podía atrincherarme en el edificio. Hubiera perdido puntos.

Lo que nunca supe es cómo hizo Gaspar durante todo ese tiempo.

Por fin, un domingo llegó.

Era después del mediodía. No sé si lo dije, pero las horas de siestas tienen sobre mí un efecto que cualquier fauno envidiaría. Sigilosamente me fui acercando a su puerta. La veía entreabierta desde lejos, pero nunca es bueno regalarle una oportunidad a la velocidad. De todos modos, me movía más la curiosidad que la sensualidad en este punto. El edificio, hundido en silencio, amplificaba ciertos míseros sonidos que provenían, justamente, de lo que esa puerta semiocultaba. En un primer momento pensé que el tipo estaba viendo una porno a bajo volumen, aunque deseché la idea porque no se escuchaban esos diálogos tan absurdamente divertidos que son característicos.

Si se está haciendo una paja me mando y lo ayudo, pensé, aunque siempre un poco extrañada.

Sí y no.

Sí estaba con una porno, pero en vivo. No, no se estaba haciendo una paja. Gaspar estaba con él.