Disculpas...

Ok, se supone que este blog la iba de cerdadas, de restregarse las epidermis hasta rasparse, de sudar y soberse el sudor del otro, de olores rancios y penetrantes, de todo eso tan lindo y animal que centurias y centurias no han podido apagar...

Y sin embargo hasta ahora, salvo el inefable Fonollosa - que por cierto también es afanado- nadie en este blog habló de una puta pija, una puta poronga estandártica, una concha humeante o babeante, órganos latientes, rojos, hinchados... nada de nada.

Me disculpo. Prometo mejorar.

(es muy obvio dejarlos con la imagen de que me voy a azotar por esto, verdad?)

El eterno retorno no es un mito

Él siempre entra en el juego sólo porque sabe que siempre puede ganarlo. Yo me empiezo a dar cuenta de que la responsabilidad de su victoria es sólo mía.



Y otra vez vuelve a pasar. Me gana desde la distancia, sin ni siquiera saber que lo está haciendo.

Un libro viejo, con la primera hoja arrancada, como todos los que me dio.

(Lastimé papeles en su momento, en un acceso de furia, tratando de extirpar me le lo... nos)

De repente, la curiosidad lúdica, la eterna búsqueda de una razón. Griso la segunda página, donde todavía hay vestigios del trazo que él hace desde otro lugar del tiempo.

Se grisa, se percibe pero no se lee.

Me veo desde afuera, y me siento una quinceañera.Una pendejita patética tratando de mendigar algo real.

Otra vez gana, otra vez lo dejo ganar.

Y es que las peores marcas no quedaron en esa hoja.



Una vez alguien a quien pagaba para que me dijera lo que ya sabía pero no quería pronunciar esbozó la teoría de que había una obediencia casi militar de mi parte, que me impedía hablar, escribir, comunicar, lo que me había pasado. Acataba (acato?) la orden del silencio.

Ahora me doy cuenta de que puedo hablar de esto pero sólo a balbuceos, retazos... ni siquiera una página o un párrafo coherente. Y no es un trauma, no. Por lo menos los traumas se te esconden en la cabeza y te dejan tranquila de a ratos...



Esto es.

Así.

Y punto.


Recuerdo más doloroso?


Uno prefiere no hablar de ello, porque muchas veces identifica dolor con presente, o sea que el recuerdo más doloroso sería el que no es tal, el que no es recuerdo en rigor sino presente absoluto.

O quizás, también se teme ser injusto con otros dolores. Cómo clasificar, como discriminar al más doloroso? Aquel, sin duda, que nos hizo entrar en un estado en el que la cordura pendía de un hilo. No una sensación, ojalá. Un absoluto convencimiento, una noción, un axioma.

Pero después uno se da cuenta de que tuvo varios de esos estados, entonces no es cuestión de rebajar a unos y ocultar a otros. Siempre es aconsejable relatar lo primero que viene a la mente. Otro día será otra historia, pero en ese momento relegamos nuestro juicio a lo inmediato del presente y la pregunta.

Es por eso que no sé si esta es la historia más dolorosa, de seguro que no. Objetivamente no lo es. Pero fue bisagra, fue la entrada hacia algo que luego terminaría en mi presente. Fue la primera pista de lo que luego pensaría, aunque yo no lo sabía en su momento..

Coincidió con la partida de mi hermana. Mejor dicho, ella lo hizo coincidir. Días antes de emprender su mudanza me dijo que no podía seguir e irse sin presentarme (introducirme suena ahora más apropiado, no sé por qué) a alguien con quien siempre que estaba pensaba en mí y viceversa.

Esa noción empezó a gestar la podredumbre en mi cerebro. No sé por qué pero siempre termino confiando erróneamente en sus juicios. Quizás, a fuerza ella de machacarme que me crió y otras falsedades más he terminado por creer en ello.

Por supuesto, el encuentro se demoró, casi como si ese fuese un componente necesario. Y cierto que lo era, porque para cuando conocí al individuo ya había asumido que sería el hombre de mi vida. Por cierto que lo fue.

Gustavo. Así se llamaba. Luego de él tuve una especial predilección por los Gustavos, como si ese nombre fuera la clave de algo que incesantemente traté de volver a encontrar sin éxito.

Gustavo entró en la casa con un paraguas y un sobretodo negro. A mí me pareció muy inglés al instante, y creo que desde ese instante lo amé. O quizás lo amaba desde antes, desde que mi cerebro había decidido que seguramente era el hombre que cambiaría mi vida para siempre.

Recuerdo perfectamente esa noche, pero me da pereza entrar en detalles. Lo que sí es importante fue que en un momento ya de conexión insoportable me dijo: No arruinemos más este momento, y me dio un beso. Como siempre, yo ya había asumido para esas alturas un amor imposible porque me parecía que ese semidios jamás iba a reparar en mí. Mi boca paladeó el cielo.

No era atractivo. Demasiado parecido a un querubín. El sexo nunca fue bueno tampoco, aunque yo lo sentía como cósmico.

Su esencia, o la imagen que me formé de ella, era el motor incesante y poderoso que generaba el magnetismo más irresistible. Lo admiraba, lo idolatraba, lo copiaba descaradamente y jugaba a encontrarme a mí misma en esas falsificaciones. Aún hoy me encuentro en varias.

Nuestra relación era lo más parecido a la perfección. Cúmulo de sobreentendidos, nunca charlas personales hasta las 3 de la mañana. Qué hacés, rayada, me decía y yo cambiaba mi piel por otra. Nunca me recuerdo tan hermosa. Nada me costaba.

Recuerdo el festejo de nuestros primeros tres meses. Como a él no le gustaba dejar botellas abiertas y con líquido, fui a su casa con dos botellitas de Chandon. Casi me daba placer verme siendo esa mujer tan interesante, que intentaba todo con tal de retener su atención. Nunca cumplimos los cuatro meses.

Allí fue cuando entró ella, a arruinarlo todo. En rigor, hacía tiempo, meses, que estaba como una presencia latente, pero me gusta culparla de todo, quizás porque necesito una explicación que cierre la historia.

Nos separábamos. Un mundo crecía entre nosotros. Un mundo al cual yo no quería acceder y pensaba en mi ego malogrado que él tampoco accedería mucho, si el precio era perder eso que teníamos. Se ve que la única que valoraba de esa manera todo era yo.

Nuestro final fue tan elegante y sutil como nuestro comienzo, como aquella irrupción inglesa en mi vida. Noches enteras de fotografía, música, magia pura se fueron en una simple conversación telefónica, casi quirúrgica por lo ascéptica. Ni siquiera pude enojarme demasiado. Por supuesto que mucho menos odiarlo. Al fin y al cabo, se desvanecía de mi vida de la manera más sofisticada, su manera natural de ser.

La falta de violencia hizo que comprendiera lo onírico de todo lo que había pasado. Nunca iba a acceder a un estilo de vida así, bastante con que hubiera podido disfrutarlo ilegalmente por 3 meses y algo.

Por supuesto que nuestros cuerpos no terminaron su relación ahí, pero esa es otra historia de dilaciones estúpidas, de ejercicios de poder que nada tienen que ver con lo que murió ese día.

Algo se quebró, una puerta se cerró aquel día. Comprendí que si no iba a tener ese mundo, no iba a aceptar opciones de segunda calidad. Si no iba a tener eso iba a tener algo que no se le pareciese en nada. Había empezado mi camino para encontrar a Mauri.

Claro que la literatura, o la narratología, por decirlo de una manera que me sienta mucho más cómoda, tiene eso. Parece que todo es pensado, racionalizado, una ilusión de teleología que no es más que una burda arquitectura de palabras. Todo recuerdo tiene un poco de eso. Por eso Proust tuvo al fin su fama tan deseada, porque recurrió a algo que podía moldear a su antojo y que siempre luciría mucho más que una crónica policial. Su pericia es, también, otro tema.

Para arrancar...

Un poco de Fonollosa

PLAZA DE CATALUÑA



Amar es restregarse contra un cuerpo sorbiendo secreciones y microbios. Sentirlo cual babosa por un rato.


Comer es engullir descuartizados cadáveres, a trozos, triturándolos entre saliva y huesos. Y tragándolos.


Dormir es no existir conscientemente. Tal vez lo único bueno si no fuera que a veces algún sueño lo importuna.


Amar, comer, dormir. Unas palabras que suenan como a fiesta a los sentidos y encubren suciedad, crueldad y angustia.


Y eso es lo mejor. E imprescindible. Es innoble vivir. Pero en mi mano está no ser un cómplice más tiempo.


SPRING STREET

No me vengan con cuentos. Que la vida
es algo espiritual y, por lo tanto,
superiores los bienes del espíritu.

Que el ser útil, cuidar a los enfermos,
el teatro, la pintura, libros, música,
los deportes, el cine, el gran dinero...
al ánimo lo colman las delicias.

No me expliquen historias infantiles.

El deleite supremo es el orgasmo.
Lo demás son tan sólo leves signos,
pobres insinuaciones del placer
que uno obtiene acostándose con chicas

y eyaculando en ellas como un dios.
Para otros esos gustos secundarios.
Para mí el goce intenso: la mujer.


adivinen de qué la va ir este blog?