Acabáramos



Cuando el fuego crezca quiero estar allí
Yo Caníbal.


Hay gente que te inunda de literatura, no hay caso. Como si te acabara en la cara, y toda esa fuerza luego de rebalsarte se te quedara, se te metiera por la boca y los ojos, pero también más adentro. Y entonces empezás a fantasear - una de mis fases preferidas, lo confieso- y tenés diálogos perfectos, escenas de las mejores pelis que te puedas imaginar - o sacadas de fantasías añejas también, que tuvieron otros protagonistas en su momento (que ahora palidecen), y se renuevan al meter a la nueva persona- y, claro, polvos siderales que conmueven tiempo y espacio.

Hacía mucho que no me tocaba. Es decir, fantasías, siempre, claro, pero mucho tiempo que no llegaban a la necesidad imperiosa de llevarlas a la realidad a través de un orgasmo real e imaginario al mismo tiempo.

Hacía mucho. Hasta que llegó él. A romperlo todo, a quebrar la calma, el orden, la estabilidad, y sin ni siquiera tocarme. Sólo con pronunciar mi nombre - lo hizo una sola vez, pero alcanzó- yo supe que tenía material para rato. Desde entonces cada minuto - de vigilia y en mis sueños también- se dedica a reactualizar viejas fantasías, a hacer planes de un futuro completamente incierto, a generar escenarios originales, a follármelo una y otra vez, a disfrutar inventándome - creando, imaginando- su deseo.

Hay gente que te inunda de literatura, digo. Que te acaba una y otra vez infinitas leches, que te lleva a una existencia paralela, y entonces tu burda cotidianidad se transforma en película, en poesía, en calentura permanente, en fantasías que te asaltan en todos lados, no piden permiso (o no lo necesitan), te atropellan, te ganan, y te dejan con ganas de más. Mucho más.

Bienvenido a mi vida. No te estábamos esperando, pero qué bueno.


A cero

Ante tanta histeria colectiva frente a fechas que jamás han significado nada más que, justamente, histerias colectivas, se nos ocurrió establecer nuestro propio juego con el tiempo (o, en rigor, decidí y le hice creer amablemente que había sido él el de la idea. Como ven, la gente de Inception no ha inventado nada, ni mucho menos algo de ciencia ficción).
Pusimos simbólicamente nuestros relojes a cero; es decir, establecimos un límite en el tiempo para la ocurrencia de un suceso.
El suceso, convengamos, no es grandilocuente, aunque sí decisivo.
Nuestros relojes llegarán a término en el momento en que nuestros reproductores de música toquen (sí, soy antigua, me gusta pensar que tocan) la misma canción al unísono. ¿Cuál será el evento que signe este fin de los tiempos? Bueno, quedamos en que eso lo decidiríamos al calor de los acontecimientos, aunque sospecho que ambos tenemos cosas parecidas en mente.

Hoy viene a cenar.
En cuanto se distraiga, echaré mano a su i-pod.

Empate

En verdad, nunca me había pasado, o, al menos, nunca durante tanto tiempo. Siempre tendía a vencer a mis objetivos en un período relativamente corto, o simularme vencida, si el tamaño del ego lo requería. No es este el caso, y la partida ya se ha extendido más de lo acostumbrado.

Existe una novela de Javier Marías que se llama Mañana en la batalla piensa en mí, en la que se sostiene que nunca nada pasa por casualidad en las relaciones humanas, sino que siempre damos un pretendido inconsciente primer paso hacia lo que después fingiremos como sorpresa. Suscribo fervientemente a ese concepto.

Y es así. Los dos estamos ya embarcados en este juego de arrojarnos nuestros encantos, con una tozudez propia de los nenes que compiten el 25 de diciembre por demostrar que su regalo de la noche anterior es el mejor. Las diferencias, en este caso, son varias; no somos nenes - nene-nena-, no tenemos más regalos que nuestros cuerpos y mentes, y ciertamente no es navidad (bueno, no todavía).

Si fuera un juego de ajedrez, se le diría tabla. Dos reyes persiguiéndose infinitamente en la limitación de un tablero. No muy lejos, pero tampoco tan cerca. La contigüidad equivale a la muerte. Así vamos, de hecho, un paso vos, un paso yo. El límite, en esta analogía, es mi sospecha de que lo insostenible de esta situación no se traducirá en aburrimiento, sino en vaya a saberse qué (y miento de nuevo, estoy llena de ideas para ese qué)

¿Qué plan seguir? No lo sé. Por ahora, improviso y me reinvento. No medito mucho, no hay tiempo.

Se vislumbran algunos relámpagos que presagian la tormenta, pero decido peligrosamente ignorarlos, y ese es el famoso primer paso del que habla la novela de Marías.

Lo que Lacán nunca nos dijo...

Existe algo peor,
mucho más amenazante,
que un
otro


una otra.


(ya regreso....)

Nuestra hipótesis hoy se orienta a la función de sentidos. Estamos convencidos de que éstos no trabajan en forma conjunta constantemente, sino que se reparten en las diferentes etapas de todo encuentro sexual, casi como si fuese un libro. Por ejemplo, la vista es claramente la introducción o el prólogo. Vemos lo que queremos, guardamos los detalles que suponemos se adicionan a una lista de signos que consideramos correctos o excitantes en nuestro sistema, El oído también puede intervenir - ciertas palabras, referencias, ciertas conjugaciones hasta incluso ciertos tiempos verbales que nos suenan un tanto excéntricos pueden conformar parte de ese conglomerado o desactivarlo también, claro - aunque escuchar también tendrá su protagonismo más tarde.

(Por ejemplo yo te miro ahora a través de esta mesa y tu manera de expresarte, la forma en que movés las manos y esa risa semihistérica me seducen quizás a tu pesar. Lo que me gusta mirar en vos me recuerda a otras cosas que me gustaron antes y quizás ahí están todos tus puntos a favor, quizás sea esta casualidad, este volver a contemplar algo que amé en vos lo que llama mi atención visual y me pone en alerta.)

Luego viene el tacto, que marca los primeros acercamientos. Pequeños roces, mínimas cargas de estática, body language que le dicen también.

(Y empieza, por ejemplo, con los hombros. Una situación cotidiana, normal que implica subrepticiamente que nuestros hombros se rocen, casi descansando el uno en el otro. No la mano típica de película yanqui, sino otras partes, partes olvidadas quizás por productores pero resignificadas en nuestro realismo. Hombros, codos, hasta muslos a veces, roces inocentes inconscientes que testean y prueban lo que los ojos ya habían encontrado)

El tacto deja su lugar al olfato, el umbral que desata, si se desata, la catarata de sentidos. No solamente un perfume, una mercancía al fin y al cabo, sino también un atisbo de lo que la fragancia prefabricada esconde. Podríamos no estar en lo cierto, pero nuestra teoría es que somos grandes cuerpos olfativos y que disfrazamos con la vista lo que en realidad aceptamos con nuestra nariz.

(Claro que moriría por esnifarte, pero la vista ya me advirtió sobre tu inseguridad fingida. Atisbo algunos rastros, espero, acecho por más hasta que el encuentro me permita inhalarte por completo)

Si tenemos suerte, todos los indicios que recolectamos con educación aprendida nos llevan a tentar las condiciones y jugarnos al encuentro. Todos los sentidos anteriores nos brindan las pistas para ponernos en acción. Hemos aprendido por estímulo/reacción nuestros movimientos precisos. La presa - a qué negarlo, es una presa- cae. Es el momento, entonces, de la segunda aparición del tacto que sumado al gusto se unen al banquete del olfato.

(Y ahora sí tenemos vía libre. Mientras vos te introducís en mis sentidos yo sigo comprobando lo que ya sabía y aprendiendo nuevas cosas. Partes sedosas, rugosidades, aromas finalmente alcanzados y que me quiero llevar. Lamidas, paladeos, sorbos salados. No sólo se devora con la boca sino con todo al mismo tiempo. Sinestesia, que le dicen los poetas.)

Adentrarse en lo que sigue no hace más que probar nuestro punto. Es el tiempo de los órganos que abrazan y abrasan, de las urgencias dérmicas, del azar del clímax y finalmente del descanso del organismo entero.

(No, claro que no me importa que apagues la luz. Si tu inseguridad se siente menos insegura así, no hay problema. Yo veo por mis dedos, te busco con mi nariz y te recorro con mi lengua ¿Necesito verte acaso? Las pistas que me faltan me las comunica lo que escucho y las instrucciones que no te animás a darme me las dictan tus espasmos. No, claro que no me molesta la ausencia de luz, casi que me ayuda)

Frenemies

Existe una tensión cristalina y palpable entre nosotras. Hay algo en su esencia que me despierta una violencia tan feroz que desafía mi imaginación y mis límites, que ya de por sí bastante extensos.

No estoy segura, pero sospecho que es la misma esencia que se posa sobre diferentes cuerpos a lo largo de mi vida. Ahora que lo pienso, todas ellas tienen eso en común, no sólo sus características, sino su idéntico efecto en mí.

Para complicarla, estas violencias se cocinan al fuego lento que te obliga un trato por obligación.

La que me ocupa ahora me hace chirriar el cerebro con su pretendido estilo de niña atontada. Escribe desde una vulgaridad fingida y luego en persona critica la barrialidad genuina. Quiere y no quiere, quizás por eso me molesta.

Hace años tuvo una aventura con un poeta, y desde allí se autodeclaró cultivadora del género, con suerte imprecisa. Construyó su propio pedestal y cree obliterar desde el desprecio un talento que francamente le es esquivo.

La otra que me toca en suerte en este momento es incluso peor. No sólo se finge inocente, sino que es seriamente dañina detrás de su cara anodina. Eterna niña, pretende a través de zancadillas clavar puñales y, es claro, le resulta un poco dificultoso, aunque no deja de ser molesto.

A ambas les arrancaría la piel como se hace con los empapelados, despacito y con un cuidado infinito. Todo esto previo a descargar mi furia sobre sus piezas dentarias para borrarles la sonrisa que ya nadie cree. Así hasta que me canse.

¿Qué tiene que ver esto con el erotismo? Bueno, un conocido -gay declarado, militante y abusivo de su condición también, por qué no, todo sea dicho - me dijo una vez que miraba las películas esperando que los protagonistas aunque sea se trenzaran en una lucha cuerpo a cuerpo, que con eso a él le alcanzaba (no pienso extenderme en un comentario sobre esto porque este personaje merece un post propio). Según el, cualquier acción es acción erótica.

No se si estoy de acuerdo, pero me viene de perlas en este momento.

Odi et Amo

Odi et Amo. Quare id faciam fortasse requiris?
nescio, sed fieri sentio et excrucior.
Catulo, Poema 85


Nescio, sed fieri sentio et excrucior. Anoche de nuevo. No pasa seguido, o al menos no quiero recordar que pasa seguido.
Me acuerdo cuando nos encontrábamos y siempre tenías una teoría para las diferentes respuestas de mi cuerpo hacia vos. Si eran instantáneas era porque la persona con la que estaba no me trataba como debía y cuándo y cuánto debía. Si tardaba un poco más era porque la persona con la que estaba le había hecho olvidar a mi cuerpo lo bueno.
Lo bueno, claro, indefectiblemente eras vos.

Anoche pasó de nuevo. Siempre es más o menos el mismo sueño. Te busco, te sorprendo. Disparo una frase de entrada que queda pendida sobre un abismo entre la sutileza y la estupidez. Pasan eternos segundos hasta tu reacción. Como el sueño es mío, es inevitable que mi frase te genere una semisonrisa. Reconocés que todo este tiempo aunque lo niegues me estuviste esperando. Reconocés todo lo que peleaste por negar siempre. Es mi sueño, no?

Y después... después, bueno, nos enredamos, nos apuramos, nos agitamos. Mi cuerpo vuelve a recordarte que siempre fuiste el mejor, te asegura que siempre lo vas a ser, te promete fidelidad en eso. Mi consciencia, que se filtra en mi sueño, aulla frente a semejante horror. Me censura.

Y entonces me despierto. Culpable.
Y me odio.