Lo único real es su narración. (o de cómo levantártela con cuatro o cinco palabritas)
Signos,
Tu parte insegura
Y es eso. Somos pura semiosis. O, al menos, eso parece.
Estoy en el comedor de la Universidad. Tengo enfrente mío una chica que ya decidí que quiero que sea mi amiga. No la conozco, está en la otra mesa, pero me dedico a analizar - seamos sinceros, a juzgar- su aspecto, las pequeñas cosas y decido que quiero incorporarla. Casi todas mis amistades han empezado así, con un cortejo inconsciente - inconsciente para los otros, claro está. Tengo muy pocos amigos que me hayan tomado por asalto, de hecho en este momento no recuerdo ninguno. Por algo será.
La miro y pienso en Saussure y su árbol - el árbol en sí, no la novela de Libertella que confieso avergonzadamente no haber leído todavía-, jean elastizado negro, con algunos brillos. Cinturón de tachas, remera a rayas gris y negra, un suéter negro y zapatillas converse de las bajitas de leopardo con brillos, otra vez. Tiene el pelo de una suerte de naranja que sospecho no natural. Muchas hebillas, una colita y lentes negros con un marquito de strass. Le gustan los brillos, pero no se excede y los baja con tanto negro. Bien.
Cuando era más chica y tenía tiempo para elucubrar teorías, había diseñado algo relacionado con estos signos. A saber: para mí todas las personas tenían (¿tienen?) una esencia central que se expresa ramificada en varios signos externos. Que te guste cierta música, que prefieras cierto color o incluso que comas algo en lugar de otra cosa, a mi juicio te definía. Debo confesar que todavía mantengo algunos preceptos y que no me he equivocado tanto como hubiera esperado.
Ella está leyendo una revista, que se llama Discover o algo así. La tiene medio doblada así que no puedo ver bien. Jamás escuché hablar de esa revista, pero parece que lee una nota sobre Darwin - darwinismo, en rigor, creo sospechar- sobre la sopa fría que ya ha terminado, parece.
Mientras la observo y pienso una urgente línea de diálogo que la haga posar su atención sobre mí, me observo a su vez (en rigor, me recuerdo, no voy a dar semejante paso en falso). Concluyo en que mis signos, esas cosas que gritan silenciosamente hacia nuestro exterior, comunicando sin reparar en nuestro consentimiento, son desgraciadamente equivocados. A saber: camisa negra, bandeau*
que asesine cualquier intento de sensualidad, jean azul oscuro, collar de perlas, peinado simétrico y alianza. Me deleito unos segundos imaginando los juicios que podrían desatar mis signos, cuando los correctos - al menos, los que a mí me gustaría generar- serían los que interpretasen en forma especular - o al revés, no hay por qué ser tan lacaniano- todo lo que mi vestimenta peinado y afines gritan.
Yo no tomo sopa. Estoy con unos ravioles de ricotta y un postre que tuve que aguantar no comer primero (en este comedor te servís el postre solito pero el plato lo tenés que esperar). Claro, ni la comida ni nada refleja toooda la onda que tiene mi compañerita de enfrente. Debí tener alguna remera algo que justificara mi deseo por ella, pero hoy enseño así que son otros signos los que debo proyectar.
La veo que mira a su alrededor - ¿estará haciendo lo mismo que yo? Eso sí que ameritaría una amistad- y luego vuelve a su revista. Yo sigo pensando si alguien me estará mirando en este momento como yo miro a los demás. En el medio de mis elucubraciones descubro que ella ya se va sin diálogo establecido ni posibilidad absoluta de establecerlo. Me siento un absoluto Raskolnicov. ¿Debería asesinarla?
*(Para los lectores masculinos, el bandeau es como una franja de algodón que se posa censurando donde debería haber un escote).
Hay sueños que no mueren. Se empeñan
En ser sueños.
Ajenos a la comba de la esfera
Y a las operaciones de los astros,
Trazan su propia órbita inmutable
Y, en blindadas crisálidas, se protegen
Del orden temporal
Por eso es que perduran:
Porque eligen no ser
Ana Rosetti.
Y es así. Te sueño cada madrugada. Elijo recomponerte cuando ya la vigilia me amenaza, en un tránsito entre la realidad y la posibilidad. Nos disfrutamos cada vigilia. Los escenarios cambian, la urgencia no. Y aunque te disfruto mientras a mi lado, en mi realidad, respira otro cuerpo, no existe la culpa. No existe la culpa porque no hay tiempo para eso, hay que repetir una y otra vez el sabor de tu piel, el tacto que es imposible en la vigilia.
Sé que ya es demasiado. Sé que a este punto esta potencialidad nunca encontrará su cauce, porque estás demasiado lejos en la realidad. Nos miramos, nos olemos, fingimos cortesía. Y mi cerebro acechante recorta detalles para volverlos a usar en la madrugada. Una vista prohibida, un contorno que se insinúa en la tela, un suspiro obediente a otro más inocente estímulo, todo sirve, todo se utiliza.
Repetición y diferencia. O sea, te sueño todas las noches pero nunca me canso, porque nunca podría ser lo mismo. Son encuentros espeluznantes y furtivos. Silenciosos a fuerza de gemidos ahogados. Finitos sólo a fuerza de saber que se repiten, esperando la próxima vez.
Te sueño cada madrugada y sonrío a veces durante la vigilia, cuando algo que hacés, decís o no me recuerda como en un deja vú lo que aparentemente no hicimos.
Quizás, en un resorte de esos, vos también sueñes conmigo. Quizás por eso debemos frotarnos los codos después de interactuar, cuando las chispas del subconsciente se hacen presentes. Quizás yo me imagino todo esto para no sentirme tan sola.
Es una encrucijada. La fantasía, como siempre, sospecha que supera la realidad, pero la realidad todavía retiene el sabor de lo concreto. Entonces se estremecen los cuerpos de madrugada, se apartan en la vigilia.
Pero la duda
Siempre
Resiste
y permanece.
Nature boy
Artist: Nat King Cole
-from his "The Greatest Of Nat King Cole" LP-Capitol SLB-6803
-peak Billboard position # 1 for 8 weeks in 1948
-competing versions charted by Frank Sinatra (#7), Sara Vaughn (#8), and
-Dick Haymes (#11).
-Words and Music by Eden Ahbez
There was a boy
A very strange enchanted boy
They say he wandered very far, very far
Over land and sea
A little shy
And sad of eye
But very wise
Was he
And then one day
A magic day he passed my way
And while we spoke of many things, fools and kings
This he said to me
"The greatest thing
You'll ever learn
Is just to love
And be loved
In return"
(instrumental interlude)
"The greatest thing
You'll ever learn
Is just to love
And be loved
In return"
http://www.youtube.com/watch?v=LNpwBpZUrzk
CUESTIÓN DE ACTITUD
( o de porqué conviene tener una buena biblioteca)
Al cerrar ella la puerta volvió él a la realidad, preguntándose qué hacía allí. Le dolía la cabeza y las palabras de ella le llegaban desde muy muy lejos.
Reordenó los acontecimientos - no sirvió de mucho, pero al menos sintió con ello que su cerebro aún funcionaba - : casa, barsucho de mala muerte, alcohol (en el sentido más genérico y amplio del término), ella, propuesta, acuerdo, casa ajena.
- Ponéte cómodo - le dice ella vaya a saberse desde dónde.
El comienza a pasear la la vista por las paredes. Es un viejo truco que le contaron cuando recién empezaba a emborracharse; si uno fija la vista, el mareo parece ceder. Ella está tardando en regresar, así que se acerca a la biblioteca.
La lectura de títulos lo arrastra un poco más hacia la realidad. Entre que descifra las letras de los lomos - tarea nada fácil, ya que implica inclinar la cabeza, con un inminente peligro de perder completamente el equilibrio - , se le ocurre que ya está lo suficientemente apto como para averiguar la hora.
Isabel Allende -avista reloj en muñeca- Paulo Coelho - reloj lejos, muy lejos - Laura Esquivel - esfuerzo contra brazo muy pesado- “Consejos para que tu hombre no te deje (Varios Autores)” - brazo que casi llega- “Cómo atrapar marido para siempre” -agujas que no se descifran (por qué no habrá comprado un reloj digital)- Isabel Allende, de vuelta.
“Literatura femenina”, piensa.
Las cuatro y veinte de la mañana.
Muy tarde.
Busca la puerta.
Era una falta de respeto acostarse con una mujer así.
Ella quedó con su babydoll negro y las luces a punto justo. El ya reconoce las veredas y ríe entre dientes.
Jamás comprendería esa ciudad.
Ven a dormir conmigo
No haremos el amor
Él nos hará
Julio Cortázar.
Hoy viene a cenar. No sé por qué me embarqué en esto, si los huevos fritos me salen al horno pero bue. Me obligo - en realidad, el que me obliga es él - a hojear incontables libros de cocina, con la esperanza vana de poder recortar las fotos y ponerlas en la mesa.
Salmón.
El salmón nunca falla. Y se debe acompañar con vino. Extra credit.
Llega sobre la hora, ni tarde ni temprano. Tiene ese movimiento de tigre enjaulado que me obsesiona y a la vez me molesta. Es como que nunca está del todo en ninguna parte.
Cenamos, pues. La comida no está del todo mal, quizás en unos años más hasta me salga aceptable. Nota mental: cambiar de parejas frecuentemente así puedo impresionar con el mismo plato.
Estratégicamente, hay 3 botellas de vino en la heladera. Es imposible que no alcance e imposible que salga de aquí vivo, je. La primera va regando la conversación y aflojándolo también. Puedo oír sus defensas caer una a una. Hablamos de todo, como siempre. Desordenados, díscolos pero entendiéndonos en cada hilo de conversación trunco y cada pista retomada. Me gusta imaginarme desde afuera, jugar a adivinar cómo me ve él, en qué parte de mi cuerpo está posando su mirada. Me gusta adivinar sus pensamientos, adelantarme a su curiosidad con algún movimiento que le ofrezca - o le niegue- la perspectiva que está buscando. Ensayé hasta el más mínimo movimiento para esta noche. Mi guión es perfecto, de apariencia descuidada pero inexorablemente sensual.
La conversación ha girado hacia la literatura y el cine. Comentamos versiones, reversiones y errores de adaptación o aciertos casuales. Siento que llega mi momento, mi frase final…
Está sosteniendo su disquisición sobre una novela reciente, creo que la de Stieg Larsson. Lo tomo de una mano y con la otra lo callo suavemente con un dedo, rozándolo apenas. Siento que se crispa.
- Hagamos literatura, mejor… - es todo lo que digo.
Creo que a veces éramos la misma persona. De seguro lo fuimos para muchos, o también nuestra diferencia les generó problemas.
Nos conocimos en la universidad. En ese clima de pseudoliberación, yo era una chica normal de familia clase media baja. Él provenía, como debe ser, de la alcurnia, un enfant terrible.
Poco pasó hasta que nos hicimos inseparables. No puedo determinar, tampoco, el principio de nuestro juego, nuestras apuestas. Creo que todo fluyó naturalmente. O tal vez no.
Comenzó, eso sí lo recuerdo, con el profesor nuevo. Mezcla de estudiante avanzado y futuro profesional, a los dos nos llamó la atención por igual sus ojos, aunque suene insoportablemente cursi. Por supuesto que el tipo debía ser - y fue- amable con nosotros. Al fin y al cabo, la academia es esa jungla en la que nunca sabés dónde está el tigre y dónde el cordero. Esa inseguridad constitutiva nos jugó a favor.
-Es gay, o estaría bueno que lo fuese, dijo él. No creo, dije yo, o estaría bueno que no lo fuese, además es casado.
-Y eso qué?
- Eso es cierto, pero igual no creo.
Sutilmente, sin ponernos de acuerdo, puedo jurarlo, desplegamos nuestras armas de seducción. Este primer caso fue un poco desordenado, hay que admitirlo, y las consecuencias se nos fueron de las manos. Hoy el profesorcito es un señor profesor, ya no está casado y creí escuchar que no le dejan ver a los hijos. Seguramente andará rompiendo mentes, culos y promedios por ahí. Quizás no.
Fui yo la que empezó. Mi estrategia de siempre: empezar a saludar. Cuando no conocés a alguien - y, de vuelta, te movés en un ambiente como el académico, en el que la ignorancia es más vergonzosa que la desnudez - directamente empezás a saludar un día como si tuvieras algo en común. Pasan los años y esta estrategia jamás envejece.
Comencé, entonces, a saludarlo. Escaleras, puertas, ascensores. Cada encuentro un punto más. Luego llegó ese domingo, un golpe de suerte en verdad. Punto para mí.
Habíamos quedado en juntarnos a repasar alguna cosa que ya no recuerdo. Entré en el edificio silencioso, segura de ser la única allí, pero no. Su puerta estaba entreabierta. En esos momentos definitorios, siempre me agarra la timidez extrema, así que simplemente pasé haciendo el ruido suficiente para que él notara que yo no lo había notado.
Lunes, ascensor. Comentario al pasar, respuesta inmediata. Bien. Gaspar se estaba quedando atrás y eso lo enfurecía un poco. Sobre todo, después descubrí, porque yo no le estaba siendo sincera con mis victorias. No le estaba siendo deshonesta tampoco, sólo las ocultaba. En ese entonces ninguno de los dos sabíamos.
-Ya me saluda - le dije a Gaspar- aunque no estoy tan segura de que sepa quién soy.
Después las cosas se hicieron más y más confusas. A los saludos, como es natural, les siguieron mini charlas corteses, muchas miradas y algún que otro roce de manos inocentemente disfrazado.
Ya casi estamos, pensé.
Había en su puerta un dibujo pegado, seguramente hecho por alguno de sus hijos. Siempre pensé que el día de mañana esa sería una muy buena estrategia, garabatear un mamarracho y pegarlo en mi puerta como warning. La maternidad es buena para espantar a los buitres.
No así la paternidad.
Debo decir que ese cartel me intimidaba, al menos un poco. Tampoco era mi intención separarlo de sus hijos, y convengamos que en eso no tuve ninguna culpa. No, no, ese fue Gaspar, no yo.
Los roces se fueron haciendo más habituales, casi signos de puntuación de nuestras conversaciones. Yo esperaba, acechaba, los domingos que por ahora no habían sido fructíferos. No estaba segura de que no hubiera ido, pero tampoco podía atrincherarme en el edificio. Hubiera perdido puntos.
Lo que nunca supe es cómo hizo Gaspar durante todo ese tiempo.
Por fin, un domingo llegó.
Era después del mediodía. No sé si lo dije, pero las horas de siestas tienen sobre mí un efecto que cualquier fauno envidiaría. Sigilosamente me fui acercando a su puerta. La veía entreabierta desde lejos, pero nunca es bueno regalarle una oportunidad a la velocidad. De todos modos, me movía más la curiosidad que la sensualidad en este punto. El edificio, hundido en silencio, amplificaba ciertos míseros sonidos que provenían, justamente, de lo que esa puerta semiocultaba. En un primer momento pensé que el tipo estaba viendo una porno a bajo volumen, aunque deseché la idea porque no se escuchaban esos diálogos tan absurdamente divertidos que son característicos.
Si se está haciendo una paja me mando y lo ayudo, pensé, aunque siempre un poco extrañada.
Sí y no.
Sí estaba con una porno, pero en vivo. No, no se estaba haciendo una paja. Gaspar estaba con él.