A cero

Ante tanta histeria colectiva frente a fechas que jamás han significado nada más que, justamente, histerias colectivas, se nos ocurrió establecer nuestro propio juego con el tiempo (o, en rigor, decidí y le hice creer amablemente que había sido él el de la idea. Como ven, la gente de Inception no ha inventado nada, ni mucho menos algo de ciencia ficción).
Pusimos simbólicamente nuestros relojes a cero; es decir, establecimos un límite en el tiempo para la ocurrencia de un suceso.
El suceso, convengamos, no es grandilocuente, aunque sí decisivo.
Nuestros relojes llegarán a término en el momento en que nuestros reproductores de música toquen (sí, soy antigua, me gusta pensar que tocan) la misma canción al unísono. ¿Cuál será el evento que signe este fin de los tiempos? Bueno, quedamos en que eso lo decidiríamos al calor de los acontecimientos, aunque sospecho que ambos tenemos cosas parecidas en mente.

Hoy viene a cenar.
En cuanto se distraiga, echaré mano a su i-pod.

Empate

En verdad, nunca me había pasado, o, al menos, nunca durante tanto tiempo. Siempre tendía a vencer a mis objetivos en un período relativamente corto, o simularme vencida, si el tamaño del ego lo requería. No es este el caso, y la partida ya se ha extendido más de lo acostumbrado.

Existe una novela de Javier Marías que se llama Mañana en la batalla piensa en mí, en la que se sostiene que nunca nada pasa por casualidad en las relaciones humanas, sino que siempre damos un pretendido inconsciente primer paso hacia lo que después fingiremos como sorpresa. Suscribo fervientemente a ese concepto.

Y es así. Los dos estamos ya embarcados en este juego de arrojarnos nuestros encantos, con una tozudez propia de los nenes que compiten el 25 de diciembre por demostrar que su regalo de la noche anterior es el mejor. Las diferencias, en este caso, son varias; no somos nenes - nene-nena-, no tenemos más regalos que nuestros cuerpos y mentes, y ciertamente no es navidad (bueno, no todavía).

Si fuera un juego de ajedrez, se le diría tabla. Dos reyes persiguiéndose infinitamente en la limitación de un tablero. No muy lejos, pero tampoco tan cerca. La contigüidad equivale a la muerte. Así vamos, de hecho, un paso vos, un paso yo. El límite, en esta analogía, es mi sospecha de que lo insostenible de esta situación no se traducirá en aburrimiento, sino en vaya a saberse qué (y miento de nuevo, estoy llena de ideas para ese qué)

¿Qué plan seguir? No lo sé. Por ahora, improviso y me reinvento. No medito mucho, no hay tiempo.

Se vislumbran algunos relámpagos que presagian la tormenta, pero decido peligrosamente ignorarlos, y ese es el famoso primer paso del que habla la novela de Marías.