Odi et Amo

Odi et Amo. Quare id faciam fortasse requiris?
nescio, sed fieri sentio et excrucior.
Catulo, Poema 85


Nescio, sed fieri sentio et excrucior. Anoche de nuevo. No pasa seguido, o al menos no quiero recordar que pasa seguido.
Me acuerdo cuando nos encontrábamos y siempre tenías una teoría para las diferentes respuestas de mi cuerpo hacia vos. Si eran instantáneas era porque la persona con la que estaba no me trataba como debía y cuándo y cuánto debía. Si tardaba un poco más era porque la persona con la que estaba le había hecho olvidar a mi cuerpo lo bueno.
Lo bueno, claro, indefectiblemente eras vos.

Anoche pasó de nuevo. Siempre es más o menos el mismo sueño. Te busco, te sorprendo. Disparo una frase de entrada que queda pendida sobre un abismo entre la sutileza y la estupidez. Pasan eternos segundos hasta tu reacción. Como el sueño es mío, es inevitable que mi frase te genere una semisonrisa. Reconocés que todo este tiempo aunque lo niegues me estuviste esperando. Reconocés todo lo que peleaste por negar siempre. Es mi sueño, no?

Y después... después, bueno, nos enredamos, nos apuramos, nos agitamos. Mi cuerpo vuelve a recordarte que siempre fuiste el mejor, te asegura que siempre lo vas a ser, te promete fidelidad en eso. Mi consciencia, que se filtra en mi sueño, aulla frente a semejante horror. Me censura.

Y entonces me despierto. Culpable.
Y me odio.

Las historias de las pequeñas cosas...

(en principio pido disculpas si esto es muy disgresivo. Hace mucho que no vengo por acá y la otra, la que no se llama Lucía, tiene mucho por escribir y demostrar, así que es probable que algo se filtre. Gajes de la esquizofrenia académica.)


No me acuerdo el nombre, sinceramente. Pero alguien ya escribió un libro sobre la historia a través de las cosas cotidianas. De hecho, Ricardo Menéndez Salmón - mi nuevo objeto de deseo - se pierde en una pequeña disgresión sobre eso en El Corrector.

De cualquier modo, siempre es reconfortante encarnar lo que uno lee. Y no sólo para uno.

En un arranque de aburrimiento los compré. Llegaron por correo, lo cual es una delicia, porque siempre parece un regalo. Eran altísimos, y mi número, que es francamente chico, los hacía parecer gulliverianos. Turquesa oscuro, para más datos.

A ver, me dije, y me los probé.

Puf. Encantamiento instantáneo. Sentí cómo la cintura se me arqueaba levemente, como mis pantorrillas se redondeaban y, por supuesto, como mi culo brotaba contento y orgulloso. Para qué negarlo, el contraste turquesa blanco también hacía lo suyo.

No podía quedar así. La imagen que me devolvía el espejo debía hacer algo. Dejé todo en manos de la otra.

La otra buscó lingerie acorde y la encontró. La otra se agazapó (aunque no mucho, por eso de la postura, se entiende) y esperó con su arma mortal - la sorpresa- debajo de su brazo y por todo su cuerpo.

El efecto visual hizo el resto.

Dicen que las mujeres son mucho más visuales que los hombres. Dicen que es al revés. Lo cierto es que armar una fantasía no requiere de comparar intensidades, sino de mezclarlas.

Esa tarde hubo succiones, mordiscos, urgencias. La piel se rasgó un poco también, a qué negarlo. Probablemente duela un poco en los días venideros, un señalador pseudomasoquista de lo que ya se empieza a diluir por su propia y aparente irrealidad.
Ya en la arena de la calma, con los residuos de la otra y el otro todavía ardiendo, los contemplo de lejos. Desordenados, satisfechos.

Pienso quizás en la red de las pequeñas historias.

Quizás sonrío también.